UNA POLÍTICA DE ESTADO PARA LAS MALVINAS Y LA ANTÁRTIDA

“¿Puede imaginarse que un buen día el presidente argentino anuncie a la opinión pública que se ha decidido reco
nocer los derechos británicos en Malvinas, y en consecuencia, cesar todo reclamo de soberanía sobre las islas? Imposible. Entonces, ¿por qué nos comportamos como si resultara esperable un comportamiento similar por parte del Reino Unido?”

Con esta reflexión, Andrés Cisneros sintetizó la posición tradicional argentina en torno a Malvinas que es esencialmente una posición juridicista, fuertemente principista, que se centra únicamente en reclamar por los derechos argentinos de posesión  por la vía legal y convencional de las Naciones Unidas. La posición argentina pone la discusión de la soberanía por sobre todas las cosas, sin dejar ninguna posibilidad de sentarse a la mesa de negociación si no se reconoce primero y antes que nada, nuestra soberanía en las Islas Malvinas. Si las políticas se juzgan por sus efectos y por ende sus logros, ésta ha probado ser claramente perniciosa. La política tradicional juridicista debe ser combinada con una política no opuesta, no excluyente de la tradicional, sino complementaria: ya que evidentemente resulta imposible obligar a la Corona a discutir soberanía, aceptemos hablar sobre otros temas, como la cooperación, los recursos naturales y el comercio, como una manera de iniciar un camino que, a la larga, desemboque en un clima más propicio para la discusión de fondo. Esta política se aplicó en la década del 90.

Por otro lado, el primero dato, el más importante en Malvinas, es que este conflicto no se resuelve porque involucra a dos países que tienen un peso en el mundo que es demasiado desigual. Si no fuera así, este conflicto estaría resuelto hace años. Lo que hay que hacer, en un plazo muy largo, es aumentar nuestro peso internacional y concertar alianzas que aumenten esa presencia argentina en el mundo. Ese día los ingleses no van a tener más remedio que aceptar una negociación. La experiencia de otros conflictos similares, como el Peñón de Gibraltar, prueban esta idea.

Cisneros también sostuvo:

–      Las Malvinas y la Antártida representan el conflicto más antiguo y el más reciente para la Argentina respectivamente, y deben ser entendidos en forma conjunta. No habrá una solución en Malvinas sin una solución en la Antártida y viceversa. Nuestros derechos en la Antártida (y los de los británicos también) están fuertemente vinculados con nuestros derechos en las Malvinas. Las Malvinas y la Antártida ya no deben ser considerados como temas independientes de nuestra política exterior: nuestra disputa con Gran Bretaña tiene, en ambos casos, la misma naturaleza. Sería para nuestra debilidad, no nuestra fuerza, continuar con un tratamiento diferenciado.

–      En ambos casos, descansamos en el hecho de tener razón en cuanto a nuestros derechos, cuando la historia de las naciones prueba que estos conflictos se resuelven todavía hoy por la vía de la fuerza y la política del poder, y no por el derecho internacional.

–      Una disyuntiva que tenemos que resolver es si vamos a encarar esta discusión solos o acompañados. En este sentido, Cisneros enfatizó la necesidad de asociarnos con nuestros vecinos atlánticos (Brasil y Uruguay) más Chile, para que la solución de Malvinas se dirima inserta en el escenario mayor de todo el Atlántico Sur. Por lo pronto, los británicos ya procuran embarcar a Europa en un desarrollo austral, la UE invierte desde hace años en mejoras de infraestructura en Malvinas y el Foreign Office continúa manipulando una eventual independencia de las Islas, que quedarían dentro del Commonwealth.

–      Si no cambiamos, seguiremos con la política exterior tradicional, la misma que tenemos hoy. Eternos campeones morales, nosotros nos quedamos con la razón y otros con las cosas. Para salir de este inmovilismo, tenemos que aplicar, lenta pero efectivamente, un doble movimiento de pinzas: hacia adentro, generar un acuerdo básico de convertir a Malvinas, la Antártida y el Atlántico Sur en una política de Estado que perdure al menos 20 años; hacia afuera, fortalecer a la Argentina en el mundo para que su actual parálisis y crecimiento aislamiento dejen de perjudicar nuestros derechos.

Andrés Cisneros trabajó en la función pública durante la década del 90: fue Jefe de Gabinete del Ministerio de Defensa de la Nación, Jefe de Gabinete del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Secretario General y de Coordinación del mismo ministerio, donde también fue Secretario de Relaciones Exteriores y Asuntos Latinoamericanos. A su vez, integró el Directorio de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, siendo Vicepresidente del organismo durante algunos años. Es autor, junto a Carlos Escudé, de la más integral compilación de historia de las relaciones exteriores argentinas. Es Abogado (Universidad del Salvador) y cursó la carrera de ciencias políticas. Actualmente, trabaja en la actividad privada.